Hace unos días leí un artículo que decía lo siguiente: “No sé dónde comenzó el ‘mito de la diosa’, pero creo que las mujeres de hoy se sienten presionadas a ser perfectas”.
“El mito de la diosa” —la idea de una maternidad perfecta— aunque no es nuevo, se refiere a un concepto que recientemente se ha extendido mucho en las redes sociales y en Internet: el embarazo y la maternidad son concebidos como acontecimientos que son en todo momento preciosos, bellos y positivos; y se limita a una lista de requisitos y demandas que, si seguimos al pie de la letra, darán como resultado también hijos perfectos.
Hablando del mismo tema, una conocida revista publicó un artículo titulado: “El mito de la diosa: Cómo una visión de una maternidad perfecta ha dañado a las madres”. Esta revista llegó a esta conclusión después de haber hecho una encuesta entre más de novecientas madres, de las cuales el 70 por ciento confesaba sentirse presionada por médicos, activistas y otras madres durante el embarazo para hacer las cosas “de cierta forma”. En otro estudio, muchas mujeres decían sentirse estresadas, juzgadas, culpables, frustradas y fracasadas por no poder cumplir con todas las expectativas de esta filosofía que se ha vuelto tan popular.
En las redes sociales se ha extendido ampliamente cierto culto a la “maternidad perfecta”, en el cual algunas madres comparten sus experiencias “perfectas” (desde el embarazo hasta cada detalle de la crianza de los hijos) y animan a las mujeres a emularlas, dejando ver entre líneas que si una mujer hace las cosas de otra forma no puede llegar a ser considerada una madre perfecta.
Esta filosofía ha puesto una gran presión en muchas mujeres que, deseando llegar a ser buenas madres, piensan que solo pueden lograrlo si alcanzan la perfección siguiendo las pautas marcadas por esas “madres perfectas”. Menos que eso no es aceptable. También ha dado pie a que otros se sientan con la libertad (y casi el deber) de juzgar a cualquier madre que no está haciendo las cosas de esa manera, provocando así que esa madre no sienta la libertad de seguir el consejo de otras personas que no piensan igual o de tomar las decisiones más convenientes para sus propios hijos y sus necesidades personales o familiares.
Aunque es verdad que el embarazo, el alumbramiento y la crianza de los hijos pueden ser experiencias preciosas, también es verdad que tienen sus momentos difíciles y, en algunos casos, incluso traumáticos. Sin embargo, esta idea de maternidad perfecta puede provocar tal presión en algunas mujeres que se sienten culpables de admitir que están pasando un mal momento, bien sea en el embarazo o al enfrentar la depresión posparto o durante la adolescencia de los hijos, y en consecuencia se sienten fracasadas y culpables como madres, y no se atreven a buscar la ayuda que necesitan.
Como mujeres cristianas podemos llegar a caer en errores, presiones y frustraciones similares si nuestra meta en la vida es llegar a ser madres perfectas. No me malinterpreten, desear ser mejores madres no tiene nada de malo. El problema puede surgir por la idea de que, si seguimos ciertos parámetros o nos ceñimos a una lista de qué-hacer y qué-no-hacer, podremos lograr una maternidad perfecta.
La maternidad no es una profesión que desarrollamos por medio de la práctica, ni una posición que obtenemos por nuestros grandes méritos; es una relación entre dos pecadores imperfectos, por medio de la cual el Señor obra en la vida de cada uno, tanto de la madre como de los hijos.
La idea de que puede haber una maternidad perfecta —el mito de la diosa— y de que siguiendo ciertos parámetro podemos obtener como resultado hijos perfectos, puede provocar un sinnúmero de ataduras y cargas en el corazón y en el ánimo de las madres, causando una profunda frustración. Eso es una carga que el Señor no nos impuso.
Además, puede surgir también la actitud arrogante de quienes, al ver buenos resultados en la vida de sus hijos, piensen que es un éxito obtenido por sus propios medios, o la actitud crítica y llena de juicio de otros que se sienten con la superioridad, libertad y deber de juzgar a otras madres que no están haciendo las cosas como ellos creen que deberían hacerlas, no ciñéndose a las pautas que ellos siguieron y que piensan que son el camino hacia la maternidad cristiana perfecta.
El Señor puede usar la maternidad, la relación entre la madre y el hijo, para obrar en las vidas de ambos. Sí, hay principios bíblicos que debemos enseñar e instrucciones y consejos que debemos seguir, pero no con el fin de llegar a ser madres perfectas, ni siquiera con el fin de tener hijos perfectos, sino confiando en que el Señor obrará en la vida de ambos, y con la meta de guiar a nuestros hijos al Salvador y buscando en todo momento que Dios sea glorificado en nuestras vidas.
La maternidad no es un puesto ejecutivo de una mujer exitosa, ni es una fórmula mágica en la que, si mezclamos bien los ingredientes correctos, obtendremos los resultados deseados. Es mucho más que eso. Es una responsabilidad que no puede llevarse a cabo solo con nuestras propias fuerzas y que debe desarrollarse con ciertas cualidades:
1. EJEMPLO
“Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Proverbios 23:26).
Decir que una de las cualidades que debe tener la maternidad es el ejemplo parece contradecir lo dicho anteriormente, pero aunque no hay una fórmula para llegar a ser una madre perfecta, debemos vivir vidas ejemplares delante de nuestros hijos. Nuestro ejemplo no se trata de llegar a la perfección; se trata más bien del ejemplo de una mujer que vive lo que dice creer y cuyo andar puede dar verdadera dirección a sus hijos. Es el ejemplo de una mujer que reconoce que todavía está en el proceso de transformación que Dios está llevando a cabo en su vida, no el de una mujer que siente haber llegado a la meta. No es pretender ser perfectas porque ponemos en práctica ciertas reglas o porque hacemos todo bien, sino más bien es un andar que es digno de ser imitado.
Este pasaje de Proverbios es uno de los desafíos más grandes e intimidantes para mí. “Hijo, mira mi vida e imítame”. ¿En verdad podría decir esto a mis hijos? No olvidemos que ellos ven nuestro andar mucho más de cerca que cualquier otra persona. Ellos conocen nuestras debilidades y flaquezas mucho mejor que nuestros amigos del Face. ¿Realmente me atrevería a decir a mis hijos que sigan mis pasos?, ¿que sigan mi ejemplo? ¿Me gustaría que su andar con el Señor o su vida espiritual fueran como los míos?
No necesitamos aspirar a ser perfectas, pero sí a vivir de tal manera que lleguemos a ser un ejemplo digno de ser imitado por nuestros hijos.
2. TERNURA
“…como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos” (1 Tesalonicenses 2:7).
La ternura implica muchas cosas. Según el diccionario es cariño, amor, amabilidad y afecto; es un sentimiento de cariño entrañable.
Es verdad que debemos corregir a nuestros hijos e instruirlos en disciplina y amonestación del Señor; debemos enseñarlos a obedecer y a ser respetuosos, y a entender que no es no. Pero a veces solo nos enfocamos en eso y se nos olvida que debemos tratar con ternura a nuestros hijos.
La tentación de llegar a ser madres perfectas se transforma en la ambición de tener hijos perfectos, demandamos de ellos una perfección que nosotras mismas no somos capaces de lograr y nos olvidamos de hablarles o tratarlos con verdadera ternura. Eso crea exasperación, frustración, resentimiento y enojo en el corazón de nuestros hijos.
No necesitamos aspirar a ser perfectas, pero sí a tratar con ternura a nuestros hijos, como Dios nos trata a nosotras mismas. Eso no puede fallar.
3. GRACIA
“Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5b).
Pretender llevar a cabo con perfección una obra que requiere de la sabiduría, dirección y gracia de Dios es fruto de un corazón soberbio.
No podemos ser madres perfectas por medio de seguir una lista de requisitos, como darles de comer la comida perfecta, llevarlos a la escuela cristiana perfecta o instruirlos en casa con el currículum cristiano perfecto, enseñarles a guardar al pie de la letra los dogmas, requisitos y expectativas que se esperan de un “buen cristiano”, privarlos de las influencias incorrectas y rodearlos exclusivamente de las influencias perfectas, etc.
No me malinterpreten, todas estas cosas son buenas. Nosotros también enseñamos en casa a nuestros hijos y procuramos evitar malas influencias en sus vidas, pero solo hacer lo que es correcto confiando que con eso llegaremos a ser madres perfectas o que obtendremos hijos perfectos porque hemos hecho bien las cosas, pero sin depender de la gracia de Dios en nuestra maternidad y en la vida de nuestros hijos, producirá en nosotras (y probablemente en ellos también) una actitud arrogante. Punto.
Dios da gracia a los humildes, a aquellos que con sencillez de corazón y humildad reconocen delante de Dios su incapacidad para llevar a cabo una obra tan importante. Solo podemos aspirar a ser las madres que Dios mismo nos llamó a ser cuando dependemos completamente de Su gracia.
No necesitamos aspirar a ser madres perfectas, pero sí a llegar a ser madres que glorifican a Dios por medio de depender completamente de Su gracia.
4. DESCANSO
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30).
Poner sobre nosotras mismas un yugo tan pesado como el de buscar una maternidad perfecta puede dejarnos completamente exhaustas, desanimadas y frustradas. Aunque fuéramos capaces de cumplir al pie de la letra una lista de requisitos, no es el plan de Dios que intentemos realizar esta obra sin Su ayuda, y por lo tanto terminaríamos “trabajadas y cargadas”.
El Señor nos invita a llevarle a Él nuestra carga, a aprender de Él (o sea, a imitarlo) y a llevar Su yugo, el cual es fácil y ligero. Él promete darnos descanso, un descanso perfecto, incluso en esos días difíciles en los cuales parece que nada nos sale bien como madres (sí, ¡esos días existen!).
No necesitamos aspirar a ser madres perfectas colocándonos ese pesado yugo imposible de llevar, pero podemos descansar en el Señor y disfrutar de nuestra imperfecta maternidad cuando intercambiamos nuestra carga por la Suya.
5. MISERICORDIA
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:32).
Nadie muestra misericordia como la persona que está convencida de cuán desesperadamente necesita misericordia. El Señor nos invita a perdonar y a dar misericordia en la misma medida en que la hemos recibido de parte de Dios.
Aunque pudiéramos esforzarnos al máximo y llenáramos la medida de “perfección” que otros demandan de nosotras para considerarnos madres perfectas, de todas formas nuestros hijos fallarían en algún momento y necesitarían la misericordia que nosotras mismas hemos experimentado.
¡Gracias a Dios que Él es misericordioso y que no me desecha ni deja de amarme cuando yo le fallo a Él! Yo sé que yo necesito desesperadamente de la misericordia de Dios cada día. Incluso necesito de la misericordia de mis hijos cuando les fallo a ellos. Mis hijos necesitan que yo les muestre esa misma misericordia constantemente. No quiere decir que debo ser permisiva y hacer la vista gorda ante aquellos aspectos de su vida y carácter que necesitan dirección y corrección, pero debo hacerlo con misericordia. “La misericordia y la verdad se encontraron…” (Salmo 85:10). La misericordia de Dios no está peleada con Su verdad. Debemos aprender a aplicar la verdad, pero con misericordia.
No necesitamos aspirar a ser madres perfectas, sino madres misericordiosas, y a mostrar a nuestros hijos la misma misericordia que hemos recibido y que tanto necesitamos.
6. HUMILDAD
“Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra… Bueno me es haber sido humillado, para aprender tus estatutos” (Salmo 119:67, 71).
Necesitamos humildad para reconocer que Dios está obrando en nuestras vidas, y que nos está moldeando y transformando por medio de las luchas que enfrentamos en la maternidad.
Hace años, cuando mis hijos eran todavía muy pequeñitos, una querida amiga me dijo una verdad muy importante: “Dios nos da en los hijos aquello que necesita para obrar en nuestras vidas”. A partir de entonces me di cuenta de que lo que más tenía que corregir en cada uno de ellos era un reflejo de mis propias faltas. Constantemente tenía que decir: “Señor, perdóname; eso que está haciendo mi hijo o esa falta de carácter es algo que ha aprendido de mí”. Claro, ellos tenían sus propias luchas, faltas y pecados, y necesitaban ir al Salvador para ser limpiados, salvados y rescatados de su propia naturaleza pecaminosa, pero muchos de sus defectos los aprendieron o heredaron de mí.
No fue una lección agradable, fue humillante, pero gracias a Dios porque en Su bondad no solo obró en la vida y corazón de mis hijos a pesar de mis errores como madre, sino que también obró en mi propia vida cambiándome y corrigiendo mis propios defectos.
No necesitamos aspirar a ser madres perfectas, sino madres que con humildad permiten que el Señor siga Su preciosa obra de transformación en nuestras vidas.
El mito de la diosa —la idea de llegar a ser madres perfectas— no es más que un engaño que puede causar verdadera frustración, culpa y amargura en nuestras vidas y en nuestro desempeño como madres. Dios no demanda de nosotras que seamos madres perfectas, porque Él bien sabe que para mujeres imperfectas eso es algo imposible de conseguir.
Nunca olvides ni menosprecies el hecho de que Dios te escogió a ti para colocar bajo tu cuidado a cada uno de tus hijos. Tú eres el instrumento que el Señor quiere utilizar para impactar sus vidas, incluso cuando Él conoce a la perfección tus debilidades, luchas y defectos. No escogió un instrumento perfecto, te escogió a ti para perfeccionarte en el proceso. Dios quiere ayudarnos en nuestra imperfección para cumplir Su propósito en nuestras vidas y para que con Su gracia podamos disfrutar verdaderamente de nuestra maternidad, de nuestros hijos y del proceso de transformación que solamente Él puede llevar a cabo.
Así que, ¡ánimo! Aunque el llamado que tenemos de parte de Dios como madres es muy alto, contamos con Su ayuda, Su gracia, Su sabiduría y Su misericordia para llevarlo a cabo. No permitamos que los ataques que enfrenta la maternidad por parte de la sociedad nos frustren y desalienten. Disfrutemos de cada momento, no porque sean perfectos o porque podamos llegar a ser madres perfectas, sino porque tenemos a Aquel que es perfecto para mostrar Su poder en medio de nuestra debilidad.
“Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo… porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:9-10).
Teté de Álvarez
Misioneros en el País Vasco
Está muy hermoso