Dámelo

“Y Acab habló a Nabot, diciendo: Dame tu viña para un huerto de legumbres…”
I Reyes 21:2

¿Qué quieres tú? ¿Sientes que algo te pertenece por derecho, algo que tú mereces, que has ganado?

En la Biblia, en el libro de I Reyes capítulo 21 hay una historia muy triste. Es la historia trágica de un rey y su malvada esposa, Jezabel. El Rey Acab quería una viña para un huerto de legumbres, de hierbas, que pertenecía a un hombre que se llamaba Nabot. Pero la viña era una herencia, como un patrimonio, y Dios le había prohibido venderla, no importaba que fuera al rey. Acab ofreció comprársela o darle otra viña mejor en su lugar. Hasta aquí Acab estaba en su derecho. No había nada de maldad. Pero en lugar de honrar la explicación de Nabot, se enojó y regresó al palacio. Mi opinión personal es que hizo una gran rabieta y mostró sus emociones como si fuera un niño berrinchudo en frente de su esposa, porque ella era manipuladora. Él sabía muy bien que ella era tan malvada que obtendría todo lo que él quisiera, ya fuera por la buena o por la mala.

Hay una semejanza entre Acab y muchas personas hoy en día. Cuando no nos dan lo que queremos, ponemos cara de vinagre.

Jezabel consoló a su esposo malcriado prometiéndole que, por las buenas o por las malas, ella le conseguiría la viña de Nabot. Y así fue. Ordenó matar a Nabot, mandando dos hombres perversos para que le acusaran de blasfemia contra Dios y contra el rey. La pena por la blasfemia era la muerte. Lo apedrearon. Después Jezabel consoló al rey diciéndole que Nabot había muerto y que fuera a tomar posesión de su viña.

Hace poco, yo hice una lista de algunas cosas que siento que me pertenecen. Las merezco por derecho. Siento que las necesito.

1. MI TIEMPO Yo tengo 66 años. ¿No crees que una mujer de mi edad debe tener muchísimo de ese lujo? Recuerdo cuando nuestros hijos estaban muy chiquitos, vivíamos en Ixtapa. Tenía 4 hijos, y la chiquita tenía como 6 meses. Una pareja llegó para pasar 6 semanas con nosotros, para trabajar con mi esposo. Iban a vivir en Colombia, y querían pasar tiempo con mi esposo para recibir un poco de experiencia en la medicina. Vivíamos en un remolque, así que arreglamos un departamento en el dormitorio de los jóvenes de la casa hogar. Lo único que hacían era acompañar a mi esposo a San Cristóbal, llegar a comer, asistir a los servicios, y acompañar a mi esposo cuando atendía los partos o cuando suturaba una herida causada por la cortada de un machete. Pero yo estaba amarrada a mis hijitos. Me parecía que apenas tenía tiempo para respirar y a veces miraba con envidia a mi amiga, quien no tenía hijos, hasta que un día le dije: “No me imagino cuánto tiempo haz de tener. ¡Cómo me gustaría tener el tiempo libre que tienes tú!” Se puso un poco brava. “No creas que las mamás son las únicas personas del mundo que tienen mucho que hacer. Yo también tengo mucho trabajo.” Luego me enumeró todas sus responsabilidades. Yo me puse un poco brava también, pero ahora que no tengo hijos que atender, ni esposo, me puedo identificar con mi amiga. Hay exigencias sobre nuestro tiempo, interrupciones. El tiempo es de gran valor para mí. Tengo que llegar al aeropuerto a tiempo, saliendo horas antes del despegue. Me da vergüenza decirlo, pero a veces quisiera gritar: ¡DÁMELO! ¡ES MÍO! ¡HE TRABAJADO TODA MI VIDA, Y MEREZCO TIEMPO LIBRE O, CUANDO MENOS, SUFICIENTE TIEMPO O MÁS TIEMPO! Hay una historia que nuestra familia escuchó hace muchos años, titulada: “La Historia de las Piñas.” Se trata de un misionero que vivía, creo, en Nueva Guinea. Nunca la he olvidado. Ese misionero luchaba para proteger el campo de piñas que había sembrado detrás de su casa. Sufrió tratando de proteger su tesoro. Un día, después de tener muchas medidas de protección, decidió dar sus piñas al Señor. Entonces pudo mirar por su ventana y, con paz, decirle a Dios, mientras la gente robaba sus piñas verdes, que ni habían madurado: “Señor, mira lo que están haciendo con TUS piñas.” Fue entonces que Dios empezó a trabajar, no sólo en el corazón del misionero, pero también en los corazones de aquellos ladrones. El misionero pudo enseñarles lecciones que nunca hubieran aprendido si él no hubiera entregado sus piñas al Señor. El Señor, también me dice acerca de mi tiempo: “DÁMELO. De todas maneras, Me pertenece.” Es entonces cuando tengo paz, aun en ocasiones cuando siento la presión de hacer más de lo que me permite mi tiempo. Aunque ya no estoy bajo la presión de preparar comidas, ayudar con tareas y lavar ropa, hay otras cosas y personas que demandan mi tiempo. ¡Qué gozo llena mi corazón cuando doy mi tiempo al Señor y dejo que Él lo maneje!

2. MIS POSESIONES Yo tengo un carro, una casa, un piano y una computadora. Tengo una cocina, trastes y un patio. Hace poco, dije a uno de mis yernos: “Las cosas ya no significan nada para mí; he llegado al punto en mi vida donde las cosas no valen nada, no tiene ningún valor.” Pero en realidad, las cosas, de hecho, significan muchísimo para mí. Proveen seguridad, serenidad. Proveen comodidad, y gozo. No lo niegues. Di conmigo: “Amo mi casa; amo mi colección de _______. No podría vivir sin mis _________. Me encanta llegar en la noche y sentarme con mi _______.” No seas hipócrita. No me digas que estarías de fiesta si llegaras y encontraras que alguien descompuso tu lavadora. Si no confiesas que sientes cariño por ciertas cosas, nunca conocerás el gozo de regalarlas al Señor. Di como el misionero, cuando un niño pisotea tu jardín, “Señor, esos son tus geranios. ¿Recuerdas, Señor, cuando sembramos Tus rosas?” Se siente bonito, como si estuvieras echando una carga sobre los hombros de Otro. Más que eso, sientes que tienes a alguien que está sintiendo lo que tú estás sintiendo. Debemos cuidar las cosas que Dios nos encarga, pero en realidad ya pertenecen a Él. Cuando me pongo triste por cosas quebradas, robadas o maltratadas, me dice: “DÁMELO. De todas maneras, me pertenece.” Es cuando me doy cuenta que no son míos en primer lugar.

3. MIS PECADOS ¿Qué pecado hay en tu vida que no quieres soltar? Ese pecado te está alejando de Dios. Tal vez es el chisme o la envidia. Tal vez son malos deseos. Tal vez es un vicio. Algo que está destruyendo tu matrimonio, tu hogar, tu relación con Dios. El Señor dice “DÁMELO. Nunca lo vas a poder controlar. No existe ninguna organización en el mundo que pueda quebrantar tu voluntad, tu espíritu. Ningún hombre puede darte la victoria sobre aquel pecado que te da una sensación de seguridad falsa. Si Me lo das, Yo te daré un corazón limpio. Puedo cambiar tus deseos, y puedo llenar ese hueco que quieres llenar con placeres y cosas.”

La historia de Jezabel termina trágicamente. Dice la Biblia en I Reyes 21:25: “A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendiese a hacer lo malo a los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba.” Ella murió después de que la arrojaran desde una ventana en el palacio. Cuando buscaron su cuerpo sin vida para sepultarlo, no encontraron más que su calavera, sus pies y las palmas de sus manos (II Reyes 9:35).

¿Tienes tu vida planeada? Tal vez hasta has elaborado una manera de ir al cielo cuando mueras. No, Dios dice: “DÁMELO. Yo tengo un plan mejor. Yo tengo un plan perfecto, una manera en que tú puedes estar cien por ciento segura que cuando mueras vas a ir al cielo. ¿TUS obras? Aun tus buenas obras, dice la Biblia, son como trapos de inmundicia. Ese es TU plan, TU método, porque muestra al mundo lo buena que eres. A menos que Me lo entregues y ME LO DES y aceptes MI plan, nunca llegarás al Cielo.”

“DÁMELO…tu corazón, tus planes, tus sueños, tu futuro, tu tiempo, tus posesiones, tus hijos, y YO TE DARÉ una felicidad que nunca habías soñado.”

Dios dice:

“Dame tus posesiones, y te haré rica en bendiciones espirituales.”
“Dame tu tiempo, y lo llenaré de Mi presencia.”
“Dame tus hijos, y te daré un hogar feliz.”
“Dame tus cargas, y te daré mi gozo.”
“Dame tus pecados, y te daré un corazón limpio.”

Hna. Billie Sloan

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *