Id Y Haced Discípulos

El 18 de abril de 1996, hace casi 21 años, llegamos a España para servir allí al Señor como misioneros. Teníamos 5 años de casados, tres hijos pequeños, 9 maletas y muchos temores, pero una plena convicción de que el Señor nos había llamado para servirle en ese país.

Los primeros años en España fueron muy difíciles, pues nosotros habíamos conocido a Cristo y habíamos sido entrenados en un ambiente muy diferente; en una ciudad en la que solíamos ver gente salva cada vez que salíamos a ganar almas; con frecuencia había visitantes en la iglesia y veíamos gente ser bautizada en cada culto. ¡España era otro mundo!

La gente en Europa en general es completamente indiferente a las cosas de Dios. En el País Vasco la mayoría de la gente, y mayormente entre los jóvenes, dice ser atea, aunque por tradición son católicos.

Era frustrante salir por las calles a tratar de hablar con la gente o ir a las casas a tocar puertas (que era lo que hacíamos en Cuernavaca) y no ver ni una persona venir a Cristo. Durante varios años, casi siete para ser más exactos, vimos poquísima gente venir al conocimiento de Cristo y llegar a la iglesia. Sin embargo, por la gracia de Dios, nos mantuvimos eles al llamado que habíamos recibido del Señor, haciendo lo que sabíamos que debíamos hacer —predicar el evangelio—, y con ando en que el resultado dependía completamente de Dios.

Gracias a Dios, después de todos esos años, el Señor ha ido añadiendo personas a la iglesia, hemos

visto gente salva, vidas transformadas y familias restauradas. Seguimos predicando el evangelio, porque entendemos que sigue siendo “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Rom. 1:16), pero sobretodo, porque es un mandato que Dios nos ha dado.

Cada hijo de Dios, sin importar el género, la edad o la condición, debe estar dispuesta a invertir su vida en hacer discípulos por las siguientes razones:

1. Ir y hacer discípulos es un mandato.

El Señor Jesucristo, después de Su resurrección, justo antes de ascender al cielo a la diestra del Padre, dijo a Sus discípulos: “Id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28); “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16). De acuerdo con las Escrituras, ir y hacer discípulos es un mandato, no es una sugerencia, no es una buena idea, no es un llamamiento para unos cuantos. Es un mandato de nuestro Dios que debemos obedecer.

El evangelio, las buenas nuevas de salvación, el hecho de que el Señor Jesucristo ya “murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3-4) es el único medio por el cual una persona puede ser salva y perdonada de sus pecados. Pablo dijo: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Romanos 1:16). ¿Por qué debemos estar dispuestas a ir y hacer discípulos, o a ir y predicar el evangelio? Porque es un mandato de Dios que debemos obedecer.

2. Ir y hacer discípulos es necesario.

En el Evangelio de Lucas (24:46-47), dice que el Señor Jesús dijo a Sus discípulos: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en Su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones…”.

Ir y hacer discípulos es necesario porque es la única manera en que un pecador puede recibir el perdón por sus pecados y ser salvo. Es necesario porque el evangelio, la obra redentora de Cristo en la cruz por nosotros los pecadores, es lo único que puede reconciliarnos con el Padre y darnos una vida nueva.

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” —2 Corintios 5:17-21.

El evangelio me transformó a mí. Yo me crié en el mundo. Mi familia y yo no conocíamos al Señor ni Su Palabra. Me crié como una chica del mundo común y corriente: participaba en las cosas y pecados del mundo, me gustaban las cosas del mundo, y vivía perdida y sin esperanza, como cualquier persona del mundo, sin Cristo. Pero la gracia de Dios alcanzó a mi familia y el Señor nos salvó y nos transformó. Aquí en el País Vasco hemos visto tantas vidas, matrimonios y familias que han sido rescatadas, perdonadas y transformadas por la gracia de Dios y por el poder del evangelio. Pienso en Rosi, una hermana de nuestra iglesia que vivía llena de odio y amargura, que intentó suicidarse en tres diferentes ocasiones, que vivía sin esperanza y sin ninguna ilusión. Pero llegó a ella el evangelio ¡y vaya cambio que el Señor obró en Su vida! Ella estuvo varias veces en el hospital al borde de la muerte, y los médicos y las enfermeras se sorprendían al ver su paz, su con anza, su contentamiento a pesar de su situación. Esto no habría pasado en su vida si no hubiera llegado a ella el evangelio que la salvó, la transformó y le dio esperanza. Ella murió hace unos días, pero con la plena certeza de haber sido reconciliada por Dios por medio Cristo.

Pienso en otros individuos y familias (y por respeto a ellos no voy a mencionar sus nombres) que han sido transformados por el poder del evangelio. Pienso en un hermano que vivía completamente controlado por el alcohol, perdido y sin rumbo, pero llegó a él el evangelio de salvación y fue perdonado y rescatado. Pienso en varios matrimonios que han estado al borde del divorcio, pero el evangelio los ha cambiado, los ha perdonado y no solamente ha cambiado sus vidas, también ha renovado y fortalecido sus matrimonios. Pienso en algunos jóvenes de nuestra iglesia que llegan solos, que son los únicos miembros de su familia (por ahora) que vienen a la iglesia, pero que han sido rescatados por el evangelio y que tienen un testimonio precioso delante de sus familiares y de sus compañeros de la escuela y del trabajo, en una sociedad que rechaza completamente al Señor y en la que, en muchos sentidos, están solos, pero sus vidas han sido preciosamente transformadas; ahora tienen esperanza, gozo, un propósito y el deseo de vivir para agradar a su Salvador.

¿Por qué debemos estar dispuestos a ir y predicar el evangelio a todas las naciones? Porque es necesario. Porque es lo único que puede hacer de un pecador perdido, una nueva criatura.

3. Ir y hacer discípulos es nuestro privilegio.

Piensa por un momento: Dios planeó la salvación desde antes de la fundación del mundo. Cuando Adán y Eva pecaron, Dios los vistió con unas túnicas que Él mismo hizo con la piel de un animal que, evidentemente, tuvo que ser sacri cado para poder cubrir su desnudez, y en ese mismo momento les dio la promesa del Redentor, hablando a la serpiente, dijo: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el calcañar”, re riéndose al Señor Jesucristo, que es el único que ha nacido “de la simiente de la mujer”. Más adelante, Dios escogió a un hombre, a Abraham, para enviar por medio de él al Salvador a este mundo, y a lo largo de la historia podemos ver cómo Dios ha ido desarrollando, elaborando y llevando a cabo Su plan de redención, y ahora, por medio de este mandato, nos da a nosotros la oportunidad, el privilegio de colaborar con Él en este plan.

En 1 Corintios 3, Pablo pregunta: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído…” y añade: “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edi cio de Dios”. Cuando obedecemos este mandato de ir y hacer discípulos, ¡nos hacemos colaboradores de Dios! ¡Qué privilegio más grande puede haber! En 2 Corintios 4:7, Pablo dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. No debemos olvidar nunca que el que salva es Dios, el que transforma es Dios, el que reconcilia y redime es Dios, pero nos ha dado a nosotros, que no somos más que vasos de barro, el privilegio de colaborar con Él en Su preciosa obra.

4. Ir y hacer discípulos requiere de obreros eles.

Hace un momento mencioné que ir y hacer discípulos es un mandato y, por lo tanto, todos debemos obedecer. Ir y hacer discípulos no es un llamamiento. Pero, al mismo tiempo, ir a lugares especí cos, a otros países, sí lo es y requiere que nosotros, los obreros, estemos dispuestos a obedecer y a ser eles, cualquiera que sea el resultado. Una persona el es una “que guarda la fe, o que es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la con anza depositada en él” (RAE).

El Señor Jesucristo, en Lucas 9:23 (y en Mateo 16:24 y Marcos 8:34 también), dijo: “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”.

El Señor nos ha comisionado a todos los creyentes, a todos Sus hijos, a ir y hacer discípulos, pero Él llama a algunos de forma especial para una obra especí ca. El llamamiento de Dios requiere que estemos dispuestos a ir a cualquier lugar al que Él nos llame. Requiere de nosotros que seamos eles, hasta el n, sin importar los resultados, sin importar qué tan sencillo o difícil sea el terreno; sin importar si la gente está abierta y dispuesta a recibirlo o si es dura de corazón y está cerrada al Señor. Dios no se equivoca. Si Él nos llama, Él espera de nosotros que seamos eles.

Hay muchos creyentes que viven con el temor de ser llamados por Dios o, incluso, que han sido llamados para servir al Señor, pero se resisten a rendir sus corazones porque piensan que van a perder su vida, sus sueños y su libertad, o porque piensan que no son su cientemente capaces para un llamamiento tan grande.

Para aquellos que tienen temor de perder sus sueños, déjenme decirles que no hay nada mejor que servir al Señor. Sí, parte del llamamiento incluye “negarnos a nosotros mismos”, pero Dios nos da mucho más de lo que podríamos ser capaces de pensar o imaginar. Él dijo: “De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna” (Mateo 10:29-30). Dios no es deudor de nadie; Él sabe recompensar a aquellos que le sirven.

¡Pero no nos confundamos! A veces pensamos que todas las recompensas y bendiciones de Dios son materiales, y no es así; aunque si Él quiere, puede incluso recompensar de esa manera.

Y para aquellos que tienen temor de responder al llamado de Dios porque no se sienten capaces, déjenme decirles que no lo son. ¡Nadie es capaz de llevar a cabo una obra tan grande! Pero Dios no nos llama por nuestras capacidades o porque seamos especiales o por nuestra “cara bonita”. Dios nos llama a pesar de todas esas “cualidades”. Dios nos llama para una obra para la que no somos capaces, pero nos capacita por Su gracia para la obra a la que nos llama. Por supuesto que es bueno y necesario prepararse, pero no te equivoques: Dios no se impresiona por tus buenas notas en el colegio bíblico o por tu gran capacidad musical, Dios está buscando a aquellos que están rendidos a Él y dispuestos a hacer cualquier cosa para servirlo solo a Él.

Hna. Tete de Alvarez

 

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